La noche estaba silenciosa, y eso ayudaba a que Hafiz disfrutara de su baño caliente. La habitación estaba iluminada por velas e incienso que conferían al ambiente un entorno onírico. Cerró los ojos y llamó a una de sus concubinas para que le deleitara con un exótico baile, esta noche sería la de Hadina. La joven vino tímidamente hasta ponerse a la vista de su señor y comenzó a bailar, lo que satisfizo a Hafiz:
— ¡Caramba, muchacha! Cada vez lo haces mejor. Si continúas haciéndolo así de bien, te dejaré meterte en la bañera conmigo — y Hafiz sonrió lascivamente, pero la chica enrojeció de vergüenza.
El baile continuó, y las ansias de Hafiz crecían con cada segundo que pasaba, era algo incontrolable. Comenzaba a hacer mucho calor en la habitación, y empezaba a condensarse una gran cantidad de vapor. Mandó llamar a un criado para que trajera té helado, para él y para su concubina. El hombre vino a la carrera, pues sabía que su amo era caprichoso y soberbio, y no sería la primera vez que mandase encerrar a un criado que no cumpliera sus deseos. Vino con una bandeja de oro en la que traía dos copas de té rojo con hielo, y se las tendió a su señor:
— Una es para mí, la otra para la chica. ¿No ves que está sudando? Si hasta el maquillaje comienza a deshacerse — dijo Hafiz iracundo. Era cierto que la chica tenía maquillaje por toda la cara, pero la pintura comenzaba a correrse. Aun así, ella no protestaba, tan sólo bailaba.
El criado se marchó rápidamente para no ofender más a su amo, pero éste sólo prestaba atención a los movimientos de la bailarina. Cuando sintió que ya no podía contenerse más, se levantó de la bañera, desnudo, y le dijo a la concubina:
— Tus movimientos son poesía, y tu cuerpo armonioso es irresistible. ¡Por Khalid, muchacha, ven a la bañera conmigo!
— Así lo haré, mi amo.
La joven se fue tras un biombo para desnudarse, pues era costumbre en esa tierra mantener el halo de misterio y seducción en todo momento, mientras la habitación comenzaba a llenarse más y más de vapor. Tras unos minutos esperando, Hafiz pensó que la chica tardaba mucho y se puso nervioso, pero se calmó al ver una silueta ondulante venir hacia la bañera, así que sonrió y reclinó su cabeza hacia atrás apoyándola en la bañera. Sintió que una mano le acarició el pelo, y se entregó al éxtasis. Pero de repente, notó un fuerte tirón del pelo hacia tras, y una daga curva apoyarse sobre su garganta:
— Buenas noches, viejo amigo — dijo una voz vagamente familiar. Hafiz abrió los ojos para distinguirla, y el vapor comenzó a disiparse. Lo reconoció.
— ¡Eres tú! Pero... no puede... ser. Tendrías que estar muerto — dijo Hafiz horrorizado.
— Eso es lo que habríais querido, pero gracias al Maestro, puedo cobraros lo que me debéis — la voz de Rafik era siniestra.
— Tú te llevaste el anillo. Tenías instrucciones precisas de entregárnoslo, y en cambio te lo quedaste. Sólo te dimos una lección.
— ¡¿Qué creías?! ¡¿Qué arriesgaría el pellejo robando al Viento Negro por un puñado de monedas?! Debía recibir una paga justa, y cogí lo que consideré oportuno — Rafik estaba furioso.
— No sabes lo que es ese anillo, insensato. Su valor es incalculable, y conozco millares de aventureros que pagarían un reino por tenerlo — dijo Hafiz indignado.
— El anillo no es una baratija para vender. Es una fuente de poder, y la morada de mi Maestro, al menos por ahora. Él me ha enseñado la sutileza del fuego, yo he provocado este vapor, es más, yo me he convertido en vapor y he vuelto a mi forma física. Mi cuerpo ya no se rige por las leyes mortales — y desapareció. Hafiz miró en todas direcciones buscando al ladrón y, por accidente, divisó dos ojos rojos en el humo. Al instante siguiente, Rafik volvía a tenerlo preso como antes, con la daga en el cuello. — ¿Lo ves?
— Está bien, Rafik. Quédate con el anillo... no tomaré represalias por esto — Hafiz intentaba tragar saliva. — Pero, por favor,... déjame vivir.
— Veamos... El anillo ya sabía que me lo quedaría. Lo de perdonarte la vida... sólo si me eres de utilidad — dijo Rafik jugando con él.
— Dime lo que quieres, soy muy rico, seguro que te lo puedo conseguir — suplicaba Hafiz.
— Quiero saber quién tiene el sable — dijo Rafik.
— ¿Qué sable? ¿De qué estás hablando? — Hafiz perdió los nervios.
— Vamos, Hafiz... Ya sabes de qué sable estoy hablando. Alguno de vosotros lo compró, y quiero saber quién. Te dejaré libre. — Hafiz comenzó a dudar y se rindió.
— Fue Yasuf. Él lo tiene. Estará guardado en su cámara subterránea. Te he dicho lo que querías, ahora déjame en paz — Hafiz lloraba de miedo.
— Así me gusta, Hafiz. Sabía que no me equivocaba cuando te llamaba amigo. Ahora sólo queda un último detalle...
— ¿Cuál? — preguntó Hafiz horrorizado.
— Verás, el Maestro está débil después de muchos siglos de cautiverio, y necesita recobrar fuerzas. Se alimenta de almas, y la mía ya la tiene porque yo se la entregué. Pero me he convertido, digamos, en una especie de cosechador para él — explicó Rafik.
— ¿Tu Maestro es la criatura que está sellada en el anillo? — dijo Hafiz sorprendido, pues ahora comprendía todo. Rafik le estiró la cabeza hacia atrás y le susurró al oído con malicia.
— Se llama Bendallah — y de un solo corte suave y lento le rajó la garganta a Hafiz, el cual trató de taparse la herida, mientras la bañera se llenaba lentamente de sangre. Rafik chasqueó los dedos y Hafiz estalló en llamas.
Subido en el tejado de la casa de Hafiz se recortaba en la noche la silueta de Rafik al-Sadam, que sacó del bolsillo en anillo y lo observaba con detenimiento. El rubí crepitaba como la hoguera de un campamento, un signo de satisfacción del Maestro. Aún quedaban cosas por hacer, pues su venganza no estaba completa...
Muy buenos diálogos en esta historia.
ResponderEliminarFeliz tarde y noche.
Gracias, cuando tienes una historia que te gusta y has leído tanto de este género como yo, supongo que algo se pega xD.
EliminarBuenos días